Nueva colaboración para Salto al reverso
Lavé esa herida,
bien sé que la enjuagué
y la desinfecté,
tal y como indica el Manual de Primeros Auxilios:
«Deje usted el grifo abierto para que caigan
muchas lágrimas,
un tormento de lágrimas
que desborde el estanque,
la acequia,
la laguna estancada,
y se convierta en torrente
que inunde los campos
en barbecho
y levante grietas
en las calzadas
acorazadas;
échele también un buen chorro de desinfectante,
del más potente que encuentre,
cuyos vapores sean capaces hasta de despejar de nubes
los paisajes,
desatascando
los pulmones
más acongojados;
y así podrá tomar impulso
para continuar de nuevo.»
Bien sé que la lavé.
Aproveché, como me indicaron,
las noches de tormenta
y las sombras apenas deslumbradas
por el sol;
me serví también del viento de Levante,
el que se lleva consigo la arena,
barriendo las playas
—y quise yo también
salir volando—.
Bien sé que la acuné,
a esta herida,
y le canté una nana imposible
—añorando el refugio a salvo
de la muerte,
el dolor—,
que a pesar de todo sonaba bien.
Bien sé que la socorrí,
a esta herida mía;
a conciencia,
como indica el Manual de Primeras Curas
para principiantes.
Bien sé que,
a pesar de todo,
sigue
y seguirá abierta;
sin cicatrizar,
contradiciendo todas las guías
de los más expertos
maestros de lágrimas.
Mayca Soto
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