DE GRAVEDADES

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cable llum

Tuvimos que beber un vaso lleno
de tristeza,
apenas sin sed,
de golpe,
sin respiro,
de un salo trago,
y con la rigidez de una boca dolida,
muda,
con dientes sellados,
la lengua engullida por un paladar,
que devora palabras,
y en el centro del pecho:

un agujero negro.

No hay mayor gravedad que la tristeza.

Tiene un sabor amargo
la tristeza,
diría que hasta metálico.                              Punzante es el eco del metal en el vacío.

Metálico de frío.
Frío de paralizado.

Paralizada.
Paralizada.

Nuestra boca sin aliento,
llena de tristeza apurada de un solo trago,
casi nos ahogamos de tan rápido que la bebimos.
Nos abrasó la garganta,
nos quemó en el estómago,
y allí perdimos su pista,
tras un sopor dulce que adormeció los sentidos.

Ahora yo la bebo a pequeños sorbos,
esta tristeza.
No sé apurarla de golpe.
Se le antoja aparecer de pronto en medio de una sonrisa,
para recordarme que, a esta sed nuestra,
no hay nada que la amanse.

Después de habitarnos por dentro,
y de afianzar raíces,
a través de nuestros poros, de los pliegues de nuestra piel,
en los recovecos inocentes de cada órgano que respira,
duerme ahora agazapada en los rincones de la mente,
y se despierta, de pronto,
en recuerdos asaltantes,
en imágenes y olores persistentes, encadenados laboriosamente con la realidad;
como aquel rosal que te regalé para acompañar la soledad de tu terraza
despoblada,
como aquella magnolia blanca que padileció de sed aquel intenso verano,
como aquel anillo de colores que tanto te gustó, y que bailaba entre tus dedos alegremente,
ignorante de la soledad envuelta en el frío de un porvenir gafado.

Es inocente pensar en la magia,
aquellos regalos bien intencionados no supieron contenerla.

Se despierta a ratos esta tristeza,
se despereza y amiguea con otras tristezas presentes o adormecidas,
y al final uno no sabe si llora
por tu ausencia,
o quizás por todo el pesar que no encontró descanso,
por todas las lágrimas que no supimos verter en la cuenca de nuestras manos,
entrelazadas unos instantes.

Hay un reflejo en un cristal ahumado;
una cara protegida tras unas benditas gafas de sol,
y un eco en estos pasillos que no reconozco,
demasiado tosco.
El cielo que observo adolece de un gris metálico.

Metálico de frío.
Frío de paralizado.

Paralizada.
Paralizada.

© Mayca Soto

Un comentario »

  1. Yo también me paralizo al leer tus palabras, llenas de sentimiento y emociones, a veces tenemos que beber sin sed y no sabes como expresarlo. Gracias por hacerlo tu tan bien.
    Un beso Mayca.

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